5.1. La
orden dominica en Oaxaca
Con la conquista territorial se dio paso a la “la conquista”
espiritual. Gracias a la bula del papa
Adriano VI del 25 de abril de 1521 todas las órdenes mendicantes tuvieron
permiso para llegar a las nuevas tierras y predicar la doctrina cristiana. Cabe
mencionar que no todos tenían el mismo nivel de educación; los jesuitas y los
dominicos destacaban como los más preparados.
Así, en 1524
llegaron 12 frailes franciscanos a Veracruz.
En 1526 llegó a México los primeros doce misioneros de la orden de Santo
Domingo de Guzmán. En 1529 Fray Domingo de Betanzos fundador de la orden en la
Nueva España, apoyado por Cortés se traslada a Oaxaca en compañía de fray Gonzalo Lucero y fray Bernardino de
Minaya para evangelizar la región, pasaron casi 20 años para que iniciaran su
primer convento de cantera. En ese mismo año el cabildo de la ciudad de
Antequera (Oaxaca) les dona unos solares par la fundación de un convento que
serviría de base para el reconocimiento, fundaciones y evangelización del
territorio mixteco-zapoteco. El clero regular y secular se propuso, como
objetivo bautizar a todos los indios y enseñarles la religión católica, por esa
razón en 1538 comienza la incursión de los frailes evangelizadores en la
Mixteca Alta, por los valles de Teposcolula y Yanhuitlan, sin embargo, no se
establecieron formalmente hasta 1547 en Yanhuitlan.
Los
dominicos, en el lapso que corrió entre 1548 y 1587, construyeron alrededor de
35 fundaciones; en 1670 poseían 50. ¿Qué hicieron para qué su encomienda
espiritual fuera tan efectiva?
5.2. La conversión de
la población oaxaqueña
Desde luego no
fue la eficacia del mensaje lo que provocó que la población indígena se
convirtiera al catolicísimo. Es necesario recordar que para las culturas
mesoamericanas la sujeción política de un pueblo también implicaba la sujeción
en el plano religioso. Cuando los conquistadores españoles tomaron como suyas
las propiedades del imperio mexica, tanto sus tributarios como algunos pueblos
que por decisión propia contribuyeron a la empresa de los españoles, adoptaron
diplomáticamente a los nuevos señores,
esta sumisión también se podía aplicar en términos religiosos como un punto más
de obediencia política.
A pesar de que
los españoles no alteraron mucho la estructura social de las regiones y
conservaron a la nobleza indígena para sus servicios, en el terreno religioso
la situación era diferente, pues la perspectiva española exigía una ruptura
tajante con el pasado; procuraron, entonces,
la destrucción de los templos y el desmantelamiento del aparato
sacerdotal, a veces con violencia y a veces mediante formas políticas. En su
lugar se establecieron en cada pueblo una doctrina, que es como decir una
parroquia, y en cada una de ellas se planeó edificar un convento. Debe
entenderse que lo que lo que los españoles consideraban pueblo, era la cabecera
del altépetl, por tanto la edificación debía de ser en el templo principal del
altépetl o en su defecto cerca de él. La subsistencia de los antiguos señoríos
resultaba muy importante en el terreno religioso y en el político. El primer
paso era que el entramado religioso de la iglesia (Santos, fiestas, cargos,
parafernalia y edificios) se identificara como algo propio en cada uno de
ellos, mucho mejor si podía intercalar símbolos, tiempos o lugares de antiguos
ritos locales. Al mismo tiempo debían lograrse la cristianización de los reyes
y los nobles o, mejor aún, la de sus hijos. Tarde o temprano el resto de la
población seguiría sus pasos. Los indígenas consideraron a la iglesia cristiana
una análoga al templo de antes de la conquista, participaron activamente en su
edificación y decoración con el mismo espíritu con que lo había hecho con su
predecesor, procurando ensalzar el símbolo, tangible y central, de la soberanía
e identidad del altépetl. Los nobles indígenas esperaban servir como
funcionarios y participar en el funcionamiento de la iglesia, y de hecho así lo
hicieron, al igual que habían supervisado el funcionamiento del templo de antes
de la conquista. Siguiendo el precedente establecido anteriormente, los
funcionarios del altépetl usaron los mismos mecanismos de obtención de mano de
obra y de tributo para satisfacer las necesidades de la iglesia y asegurarse de
que sus ritos públicos estuvieran bien atendidos. Aunque la encomienda estaba
obligada a recolectar el tributo para la Corona, también tenía que sufragar los
gastos originados por la edificación y mantenimiento de una parroquia o
convento, pero era el altépetl quien le proporcionaba toda su organización
interna y sus mecanismo operativos, dando derramas especiales y trabajo
gratuito.
Los relatos de
los frailes españoles hacen énfasis en la rapidez, la totalidad y la naturaleza
voluntaria del cambio, sin embargo, se
debe de dudar, lo mismo puede decirse de las declaraciones indígenas acerca de
una conversión total rápida, que se hicieron en la segunda mitad del siglo XVI.
Los pueblos indígenas estaban acostumbrados a lo dominación y podían adaptarse
a los cambios, aún cuando esto significará la conversión de sus ideas, con el
propósito evidente de obtener el favor de los funcionarios españoles. Además la
edificación de una iglesia al igual que el templo principal del altépetl, era
un símbolo de orgullo y poder, es lógico pensar que entre más grande y suntuosa
fuese, más satisfacciones daría a la comunidad. Lockhart comparte un pasaje que
bien ilustra lo anterior:
Los franciscanos ya estaban
presentes y se hospedaban en el palacio de don Juan de San Martín
Quetzalmacatzin, tlatoani del subaltépetl de primer rango, pero todavía no
habían construido una iglesia. El tlatoani de la entidad que ocupaba el segundo
rango, don Juan de Sandoval Tequanxayactzin, era el rival de don Tomás y estaba
ansioso de opacarlo y dominar todo
Amaquemecan. Por lo tanto, don Juan mandó construir una iglesia y llamó
a los dominicos de un monasterio a su llegada. Tampoco dejó de utilizarlos para
molestar a don Tomás, preguntándose en voz alta qué clase de personas eran los
frailes de su rival, que andaban en harapos y descalzos, mientras que sus
dominicos se vestían en espléndidos hábitos limpios y llevaban zapatos.[1]
A
finales del siglo XVI la organización basada en el altépetl se vio
desquebrajada, porque los macehuales ya no podían pagar la renta, así que
abandonaron las tierras donde producían y vivían. Los propietarios prefirieron
rentar o vender esas tierras, y los macehuales se vieron obligados a establecer
pueblos que después se convirtieron en “cabeceras” y “repúblicas de indios”,
mucho de ello se debió a la política española y a la intervención de la
iglesia, que deseaba congregar[2]
y administrar a los indígenas para poder ejecutar de forma eficaz su labor
evangelizadora, lo que también sirvió a
los intereses de españoles, criollos y mestizos, que pudieron acaparar la
tierra y convertirse en los nuevos dueños de la región. Pronto los pillis vieron disminuido radicalmente sus recursos y su mano de
obra.
[1] Lockhart, James.
[2] Olivera, Mercedes La dispersión
de la población a fines del siglo XVI era muy marcada. Este problema era fuente
de gran preocupación para las autoridades coloniales, pues la dispersión
dificultaba sin duda la evangelización, pero sobre todo la recaudación de
tributos y el control de la población. Por eso, fue necesaria una campaña
incesante para que la población se fuera concentrando en torno a los templos,
en terrenos patrimoniales o de “cacicazgos”, que eran de los pillis.
No es difícil
tampoco pensar que en la forma de congregación que se ordenó hayan intervenido
algunos intereses de los españoles, pues al congregar a la población que vivía
en las buenas tierras en un solo pueblo, era más fácil apropiárselas a través
de compras y arrendamientos, y así poder
establecer sus ranchos y haciendas.
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